11 de octubre de 2010

trust i seek.

Ella ya no creía en nada. Era un amanecer bellísimo, pero ella no creía en nada. El mar era perfecto, pero ella no creía en nada. El cielo tenía los colores de la vida, pero ella no creía en nada. Otra vez, una historia repetida. Sola de nuevo. ¿Alguien la querrá en serio alguna vez?
Él en cambio, creía en todo. El amanecer era uno más del montón, pero él creía en todo. El mar revuelto y yodoso, pero el creía en todo. El cielo parecía pintado por un niño pequeño, pero él creía en todo. Otra vez, una historia repetida. Ella está sola de nuevo, cree que nadie la querrá nunca en serio, ya no cree en nada. Pero él cree en todo, en especial, en ella.
Ella llora de nuevo en silencio. El la observa de reojo. La había visto llorar muchas veces ya, por las mismas razones. Sin embargo, él se convencía que con cada lágrima ella se ponía más bonita.
Ella quiere estar sola, lo ignora por completo. Siente un fuerte golpeteo del corazón y un agudo dolor en el estómago. Tiene ganas de gritar, desgarrarse la garganta, exigiéndole al cielo respuestas del POR QUÉ siempre todo termina igual. Ella, sintiendo lástima por si misma, y ellos siempre bien parados, felices de haber ganado el juego. Porque eso era, sólo un juego. Sin embargo, parece haber perdido la voz, las fuerzas, las ganas. No puede ni moverse, tampoco quiere hacerlo. Quisiera poder dormir bien y quizás despertar en 10 años, para saber que será de ella, si siempre se sentirá así de infeliz.
Pero a la vez, piensa en volver el tiempo atrás, e intentar cambiar muchas cosas de su vida, pero sabe que eso es imposible.
El sonríe al verla. Conoce todos sus pensamientos, tan repetidos en sus cortos años de vida, tan profundos, tan dolorosos. Sabe de sus sentimientos frustrados, de sus pocas ganas de seguir adelante. Sabe todo y por eso, está maravillado. Parece imposible que una chica tan perfecta, hoy se sienta tan chiquita en un mundo egoísta.
Ella siente un escalofrío. A pesar de haberlo ignorado por horas, él sigue ahí, junto a ella. No puede entender cómo todavía insiste en ser parte de su vida, si ella no tiene ningún valor, no es para nada especial, es sólo un punto en algún lugar de la tierra, un miserable y patético punto. Pero él ve más allá. Cada vez que algo así sucede, él afirma y reafirma que no existe persona en el mundo más maravillosa que ella, persona en el mundo que se merezca más su amor. Y vuelve a entender por qué otras chicas son sólo una cita de un día o una noche, por qué puede pasar el tiempo mirándola, escuchándola, teniéndola cerca y no aburrirse, por qué a pesar de ser ella de otros chicos, la siente tan propia, por qué, por mucho que lo intente, no puede negar sus sentimientos. Vuelve a entender que está enamorado y que un sentimiento como ese, por tan poco correspondido que sea, lo mantiene vivo. Vuelve a entender por qué él cree en todo.
La mira. La observa. Le aprieta la mano. Le besa la cabeza. Ve como ella se va rindiendo. Sus ojos se cierran mientras que las lágrimas aumentan. Se apoya en su pecho. Tiembla de frío. No hay escena más linda para él, no hay situación más perfecta. No hay dolor más punzante para ella, incapaz de nada. Pero él está ahí, como siempre lo hizo. Se lo agradece infinitamente para sus adentros. Se queda dormida.
-Haría esto mil y una veces más, porque te amo. Porque son hermosos tus defectos y perfectas tus virtudes. Porque siendo mi amiga, sos la única persona que logra en mí las mejores cosas, porque siendo sólo mi amiga, me hacés sentir único y capaz de todo. Quisiera sentirme así para siempre, siendo tu amigo, siendo mi amiga- le susurró al oído. Sin pensarlo, la besó en los labios.
Ella sintió un escalofrío. Un calor. Una sensación de paz. Comenzó a soñar.

Despertó con la luz del sol entre las rendijas de la persiana. Estaba relajada, renovada. Había dormido profundamente. Se volvió sobre su propio cuerpo y lo vio, dormido todavía, todo destapado y en cuero en su propia cama. Sonrío como todas las mañanas. No recordaba bien lo que había soñado pero estaba segura que se trataba de él. Siempre se había tratado de él. Ese día cumplían diez años de ser pareja.

Lo besó en el cachete y observó cómo lentamente su hombre se desperezaba y recobraba el conocimiento.
-Buen día mi amor- dijo con la voz ronca y cansada. Sus ojos brillaban como siempre que se encontraba con su cara al despertar. Ella se recostó en su pecho y cerró los ojos, grabando en su memoria aquel saludo matutino tan tierno. Él sonrío perezoso y le susurró al oído: Felices diez años, mejor amiga.




(me acordé de esto bañándome y lo leí y se me revolvió el estómago. lo que necesitaba para terminar el día.)


1 comentario: